Por Juan Carlos Soto Clemente
Algunas personas sostienen que no se puede comparar el amor que siente una madre por su hijo, al amor que pudiera llegar a sentir un padre por él.
Dicen que la vida de una mujer cambia, su cuerpo cambia, sacrifica cada pequeño nutriente con el que cuenta, para ofrecérselo al bebé. Lo que no entienden es que el tipo de amor de una madre y de un padre podrá llegar a ser distinto, pero nunca será inferior.
Aquellas personas no entienden que el cuerpo del hombre también se transforma, su mente jamás vuelve a ser la misma. No entienden que, mientras la madre se dedica las 24 horas del día a cuidar a su hijo y lo ayuda a sobrevivir, el padre se dedica en cuerpo y alma a su vez, a ayudarles a ambos para que, en esa lucha por sobrevivir no les falte nada.
La madre inicia su batalla con el intento diario de ser la mejor mamá del mundo. El padre comienza su propia lucha para cuidar de ellos. Y así empiezan las amplias jornadas laborales, las noches en vela, con la busqueda de mejores opciones para construir un futuro mejor, los ausentismos mentales e incluso físicos, y le apuesta todo al trabajo, porque en el fondo sabe que, en ese momento, es la mejor forma que encuentra para combatir sus miedos. Ser padre representa siempre la misma meta. La madre cuida siempre a sus hijos. El padre cuida a su familia.
Algunas personas no entienden que, dentro de la parentalidad, no existe la competencia. Solo existe el amor y el trabajo en equipo".
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