Por Alfonso BLANCO CARBAJAL
Sorprendió su llegada repentina. Nadie esperaba que esa tranquilidad que había en la conversación de unos ancianos tuviera un colapso por el arribo sorpresivo, rápido y agresivo, del sujeto que llegó directo a uno de ellos y le estampó dos bofetadas, una con la mano izquierda y otra con la mano derecha, bien tronadotas en la cara.
La reacción colectiva fue de estupor en todos los que estaban en el lado sur del monumento a Los Insurgentes, en la explanada que tiene el mismo nombre, en el norte de la ciudad, en las inmediaciones del Santuario de Guadalupe. Ocurrió en 1974 y fue un caso raro por la diferencia de edades en los actores del encuentro inesperado y turbulento.
-Vengo a cobrarte la deuda cabrón. Esperé siempre este momento para hacerte lo mismo que me hiciste, anciano hijo de tu chingada madre.
En la esquina suroeste o poniente del monumento charlaban cinco viejos de entre 65 y 70 o más años, sentados en el primer peldaño. En el lado oriente también estaban sentados cinco jóvenes de entre 25 y 30 años en el peldaño y en el murito, que ya no tiene el diseño original que consistía en almenas,
El desconocido, que llegó a obsequiar golpes, se enfocó en el viejo que le cayó gordo o algo le debía porque, de nuevo, y sin avisar le propinó otras dos cachetadas, fuertes, con sonoridad y se veía que todos sentían los madrazos que el joven le acomodaba al viejo. Con decirles que hasta se movían hacia atrás, como si a ellos se las hubiera estampado el visitante anónimo.
-¿Por qué me pega joven? No le he hecho nada. Ni siquiera lo conozco.
Todavía no terminaba de hablar el agredido y de inmediato, el agresor le dio otras dos cachetadas. Llevaba seis, de dos en dos, con las pausas que las circunstancias obligaban en el momento.
La pregunta del anciano y la supuesta aclaración de que no lo conocía lo encendió más y volvió a aplicarle su regla de dos en dos. Ya llevaba ocho impactos en la cara del viejo. El desconocido volvió a repetir los golpes y comenzó a gritarle en su cara al abuelo.
-Pinche anciano cínico, aparte eres cobarde, y fingió que le iba a pegar otra vez. El viejo, asustado, trato de cubrirse la cara para detener el golpe y más se encabritó el agresor.
-No te cubras la cara pinche viejo joto. Cuando me golpeaste yo tenía 12 años. Me pegaste muchas veces en el rostro y yo te pedía llorando que no me pegaras. Tu te carcajeabas y me dijiste varias veces que si me tapaba la cara me ibas a dar puñetazos. El miedo y el dolor me hicieron cubrirme varias veces y aprovechaste para darme con la mano hecha puño. Me dejaste los pómulos morados. Aquí contigo están dos de aquellos culeros que te vieron golpearme y te echaron porras para que me corrigieras. Les dijiste que yo era un chamaco irrespetuoso, y que te había rayado la madre porque me llamaste la atención. Les mentiste para justificar tu cobardía. Ellos te dijeron que me dieras un escarmiento y te ensañaste. Siempre fuiste aprovechado con los que no podían defenderse. Juré que cuando fuera adulto te iba a cobrar cada golpe que me diste, pero si te cobro toda la deuda te mato, anciano hijo de la chingada.
“El justiciero” estaba ocupado con las aclaraciones cuando uno de los cinco muchachos que estaban en seguida le gritó y le ordenó que dejara de pegarle al viejo, que no fuera aprovechado.
-No le pegues, cabrón ¿Por qué no nos pegas a nosotros? Nomas te gustó llegar con los ancianos.
-No te metas en lo que no te importa cabrón Si no sabes como esta el pedo mejor cállate pendejo, le respondió «el justiciero».
-Ni madre. A mi no me calla ningún culero bravucón. Los viejos no pueden responderte. Nosotros sí. Se acercó y le gritó muy envalentonado:
-Pégame a mi hijo de la chingada.
Aun no terminaba de hablar el defensor momentáneo, el justiciero lo sorprendió con un puñetazo entre la nariz y el mentón. Lo mandó al pavimento y ya no pudo levantarse. Los muchachos que estaban con él no dijeron ni pio. Estaban acostumbrados a golpear en bola, pero «el vengador» no había llegado solo. Junto con el, a su espalda, estaba otro joven de unos 30 o 35 anos. Los montoneros sabían que ahí no les serviria ni les convenia ponerse perros para presumirse defensores sociales.
Todavía no terminaba las aclaraciones el justiciero sorpresivo. Le dio 12 bofetadas al anciano y este trató de intimidarlo.
-Lo voy a denunciar porque me golpeó.
El justiciero no se inmutó y le dijo que lo hiciera, y le recordó que no tiene ningun golpe marcado en la cara, que de la cárcel sale en unos días, y que se prepare porque va a regresar y lo va a golpear a puñetazos.
No estaba conforme el anciano con el castigo que recibió. Lo amenazó otra vez y le advirtió que les iba a avisar a sus tres hijos. El justiciero le respondió igual y le aseguró que él no tenía ningún resentimiento contra sus hijos porque ellos no eran responsables de sus maldades cometidas en el pasado, pero que si los involucraba entonces se tragaría las consecuencias porque sus hijos no lo conocian y él si los conocia bien, sabía que no eran peleoneros y que no iban a poder hacerle nada.
Gritaba furioso y se temía que en cualquier momento comenzara a darle de puñetazos al viejo en todo el cuerpo. Vio que comenzó a fluir un hilillo de sangre de la nariz del anciano y detuvo el castigo, pero continuó sus arengas.
-Tu, y ustedes dos -dijo a otros ancianos-. saben bien que este lugar ha sido mi pasada toda la vida. Siempre he vivido en la colona Morga.
Luego habló en tercera persona para referirse al anciano que aseguró lo golpeó en su niñez.
-Cuando él me golpeo yo tenía 12 anos. El presumió que tenia 40. No le dio vergüenza ni sintió remordimiento por tener 38 anos más que yo. Hoy tengo 40 anos de edad y el tiene 68. Los he contado toda mi vida porque él mismo los mencionó en el momento que me golpeaba. Para mí fue mas doloroso llegar a la casa y en lugar de que mis papas se interesaron por saber quien me agredió y reclamarle, me golpearon con un cinto los dos. Mi papá y mi mamá me castigaron más por lo que éste pinche viejo empezó aquí en la Explanada, en donde estamos. Aquí me pegó y yo ese día lloraba mucho por el dolor y porque sabía que mis papás me iban a castigar. Siempre me dijeron que no querían que en su familia hubiera un peleonero ni aprovechado. Me identificaron como peleonero y me fue mal. A éste anciano le debo ese castigo, por eso siempre busqué éste momento para cobrárselo todo, pero ahora que estoy frente a el no me animo a pegarle más porque estoy seguro que no aguanta que le haga lo que el me hizo en aquella ocasión. Él fomentó en mi el odio porque yo trataba de no encontrarmelo, y él insistía en acosarme. Le tuve mucho miedo y en lugar de pasar por aquí me iba por la colonia Maderera, al otro lado de las vías y por el lado de la tienda que se llamaba La Villita, de la familia Tovalín. Cuando me lo encontraba en el autobús se burlaba y procuraba sentarse cerca de mi lugar. Sabia bien que yo le tenia pavor. A los 18 años comencé a sentir odio. Esperé que pasara el tiempo para agarrarlo en una edad en la que ya no pudiera defenderse como yo no pude defenderme cuando tenia 12 anos.
Ya no habló más. La agresividad se volvió calma. Se le transformó el semblante. Ya no tenía los ojos inyectados de color rojo como cuando llegó. Parecía que se habia fumado un churro de mota. En silencio y sin anunciarse se retiró igual que cuando llegó. Ahí dejó toda la agresividad y se alejó tranquilo.
Antes de alejarse, su acompañante lo increpó en reclamo y le inquirió:
-¿Que pasó. Te arrepentiste de cobrarle la deuda al viejo?
-Vámonos, respondió. Si hago lo mismo que él me hizo no va a aguantar y no deseo hacerle más daño. Hubo momentos en que pensé darle golpes con el puño cerrado, pero no me animé. No puedo cabrón. Lo mato si le doy de puñetazos. Sentí miedo cuando le empezó a salir sangre de la nariz. Ya vámonos. Se fueron y no se volvió a saber nada de ellos.
El viejo no movió nada. Prefirio dejar todo como estaba porque si su verdugo regresó sin haberle avisado lo que iba a hacer, ahora si había una advertencia y el anciano ya estaba grande para aventurarse a cometer otra pendejada a su edad.
Ya en el presente, recuerdo aquél episodio de 1974 en la explanada y el encuentro reciente, visual y casual con dos pandilleros en el andador Constitución hace unas dos semanas. Ambos sentían pasión por golpear en bola al que les caía mal o por la razón que ellos aplicaran.
Esos viejos incidentes renovaron en mí los recuerdos de los pandilleros y acosadores de aquella época. De las dos pandillas que ellos comandaban, a las dos les gustaba dejar tirados a sus victimas por las golpizas despiadadas. Tal vez los agredidos nunca supieron quienes los golpearon, aunque los agresores mandaron al hospital a varios de sus victimas. Conozco a un tercer pandillero que ahora es un «ejemplar trabajador» porque tuvo la suerte de que lo contrataran en esa empresa, pero su pasado esta nebuloso como el de esos dos que vi en el andador Constitución.
Una de esas pandillas, aparte de golpear a sus victimas, les robaba lo que traían en los bolsillos. Los esculcaba, y actuaba con mayor voracidad los fines de semana porque los sábados eran días de pago y muchos traían el sobre con su salario en el bolsillo.
A esos dos oprobiosos ex lideres de padillas los he visto en el andador Constitución. Ahora caminan con mucha ternura. Uno siempre anda solo. El otro es acompañado por hijos e hijas y nietos. La gente que los ve y no conoce su pasado cree que son de buenos antecedentes, humanitarios, bonachones como aparentan ser. Nos hemos encontrado y saben que conozco bien su pasado.
Si usted se los encuentra, ellos caminan despacio, voltean a todos lados con cara de inocencia o como si supieran que alguien los busca porque la conciencia no la tienen limpia ni clara. Ven a la cara a todos los que se encuentran. Algo temen. Saben que deben varios ataques y muchas lesiones que provocaron. Tienen entre 70 y 75 anos, ambos de 1.67 o 1.70 de estatura. Uno trae lentes con aumento de alta graduación. Fueron acosadores así como el anciano que le hizo la vida imposible al muchacho que iba a cobrarle la deuda y se arrepintió.
Fueron verdaderos perros y hoy pueden ser presa de alguien que en cualquier momento les cobra deudas atrasadas. Los dos tienen la costumbre de agarrarse las manos. Uno se frota el dorso de una mano con la palma de la otra. La palma de la mano izquierda la pone como si fuera a pedir limosa y sobre ella apoya el dorso de la mano derecha. Tal vez creen que se ven tiernos o eso pretenden hacer creer. Lo hacen para aparentar humildad, sencillez, despertar confianza en la gente que los vea y crea que son de buena voluntad, pero son o fueron verdaderos perros de presa. Agredieron a muchos e hicieron mucho daño.
Los acosadores (bullies), ratas y agresores ignoran que su comportamiento marrano los lleva directo a donde los esperan para darles su navidad.
Todo lo que sube, baja. Todo lo que baja, sube. Y todo el que la hace la paga cuando menos lo piensa, o al dar vuelta en la esquina porque alguien ya los espera.
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