Deshumanización a velocidad máxima; que mueran y los recogen como basura

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INCENDIO


Por Alfonso BLANCO CARBAJAL

Sorprenden los desequilibrios sociales con enfrentamientos entre bandas con resultados funestos desproporcionados, y la gente vive con el «Jesús» en la boca con desenlaces inesperados que ocurren con frecuencia, pero duele más conocer noticias aterradoras que proceden de ámbitos opuestos, de donde por naturaleza, por armonía sociológica, por humanitarismo, se supone que se va a buscar el bien del que está en peligro sin mirar si es bueno o malo.

Incidentes fuera del orden social al que la gente está acostumbrada en su coexistencia han encendido las alarmas que alguien apaga de inmediato porque parece que forman parte de una cultura secesionista, segregadora, y enfocada a aplicar la corriente francesa laissez faire (dejar pasar, dejar hacer), asociada con los fisiócratas del siglo XVIII que suponían que la política debería fingir sordera, indiferencia, no veo, no oigo, frente a los acontecimientos desreguladores de su tiempo y que todo mundo haga lo que quiera.

Lo grave de esa corriente francesa, saturada de egoísmo y deshumanización, invadió a los grupos de auxilio social responsables de la vigilancia, la seguridad; de los bomberos y de los paramédicos encargados de rescatar a los humanos en peligro de muerte por enfermedades repentinas, accidentes o lesiones causadas por fenómenos naturales o brotes de violencia protagonizados por grupos delincuentes.

Un adolescente enfermo de epilepsia visitaba con frecuencia una escuela de nivel medio superior y era auxiliado por los paramédicos que alguien llamaba en el momento que el paciente recaía y causaba alarma. Ya lo conocían en ese plantel. Sabían que era tranquilo y su única violencia la manifestaba su cuerpo al caer al piso agitado por las convulsiones provocadas por la epilepsia, trastorno cerebral que padeció desde su nacimiento.

La paz humanizadora volvía a las aulas de ese plantel cuando los paramédicos se lo llevaban y sabían que el enfermo crónico ya estaba en buenas manos. Nadie se imaginó que iba a ser la última vez que lo veían porque fue su último viaje en ambulancia rumbo al hospital. Salió con esa dirección, nunca llegó y jamás lo volvieron a ver.

El pánico envolvió a la ciudad porque se "fue" cuando lo llevaban a donde se supone le brindarían atención médica especializada, en una ambulancia que circulaba por la autopista congestionada de vehículos de toda clase, autos compactos, medianos, camionetas ligeras y grandes, camiones de carga, autobuses y traileres.

En medio del flujo de vehículos en movimiento, nadie se explica cómo ni por qué el enfermo abrió la puerta si se supone que estaba asegurada y él tenía una crisis convulsiva. Salió de la ambulancia y cayó. Ningún vehículo pudo frenar porque todos estaban en circulación y un alto repentino en autopista es una reacción de accidentes en cadena con varios muertos. El horror envolvió y enloqueció al conductor del primer automóvil que recibió el cuerpo del paciente en su caída y el pánico se transmitió a las unidades que vieron volar el cuerpo y se convirtió en partes por los impactos que lo separaban en el viento y otras quedaban esparcidas en el pavimento.

Fue una noticia espeluznante que horrorizo a los que conocieron el incidente y a los que vivieron el momento.

Surgieron muchas preguntas y todas quedaron sin respuesta, y hasta la fecha no ha habido ninguna declaración aclaratoria de las autoridades. El silencio envolvió el acontecimiento y lo cubrió como un «simple accidente» que no ha sido aceptado porque dejaron solo al enfermo, quitaron o no pusieron el seguro de la puerta para seguridad de los viajeros, acompañantes, enfermo y paramédicos que viajan en las ambulancias durante el traslado de un paciente. Lo dejaron solo con premeditación, coincidieron los comentarios de una sociedad perturbada por ese caso inquietante.

De inmediato surgieron muchos comentarios dolorosos y concluyen con la irresponsabilidad premeditada de dejar al enfermo sin el cinturón de seguridad para que saliera en el momento que tuviera que salir -si acaso pudiera salir en las condiciones que fue trasladado-, por la desesperación provocada por las convulsiones o por lo que fuera. Nadie se explica cómo salió de la ambulancia. Lo auxiliaban con frecuencia y era muy costoso para el gobierno, eso comentaron.

También se argumentó que aplicaron en ese caso la recomendación de Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, que declaró en agosto del 2021 “Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global”, y de Taro Aso, responsable del área económica del primer ministro japones Shinzo Abe, que pidió en enero del 2013 a los ancianos del país "se den prisa en morir" porque le cuestan mucho al estado. De Christine Legarde trataron de aclarar después que fue una mentira propagada por las redes sociales, pero lo publicaron antes varios periódicos. 

Ellos se refirieron a los ancianos, pero la regla se aplicó a dos jovencitos y tal vez se la aplican a mucha gente, en primer lugar a los enfermos crónicos que representan fuertes gastos para el gobierno.


PERSECUCION


Otro caso aterrador que mantiene los cabellos erizados fue la respuesta muda, silenciosa y espeluznante de policías y bomberos en un accidente automovilístico conducido por un adolescente de 15 años.

Las sirenas de una patrulla provocaron la atención de la gente con una persecución de un automóvil con tres muchachitos asustados. Dos de ellos robaron un vehículo y alguien los reportó. Los que robaron el auto invitaron a un amigo que encontraron y lo acomodaron en el asiento trasero. Los jovencitos comenzaron su aventura de conducir un auto ajeno. No tenían mucha experiencia en manejo, pero les sobraba decisión para tripularlo y solo ellos saben si era un pasatiempo, una diversión o una travesura. Salieron rápido, se alejaron y el conductor aceleró la velocidad cuando escuchó la sirena de una patrulla que se acercaba al sitio donde tomaron el automóvil.

El joven de 15 años se aseguró en el lugar del conductor. Encendió el motor mientras la muchachita de 14 escogió el sitio del copiloto. El acompañante casual, de 17, subió al asiento posterior. Arrancaron a vivir las emociones de esa experiencia saturada de adrenalina. No esperaban un final tan lamentable.

Se asustaron tanto que el conductor le imprimió al vehículo una velocidad excesiva y junto con su inexperiencia en el volante hizo que se impactaran contra un camellón y el auto salió disparado, giró en el viento y al caer quedó con las llantas hacia arriba. Tan pronto como pudieron reaccionar, el conductor y su copilota se quitaron el cinturón de seguridad, salieron del auto y se alejaron del lugar.

En su huida solo pensaron en ellos y dejaron solo a su acompañante que viajaba en el asiento trasero y comenzó a pedirles que le ayudaran a quitarse el cinturón porque se atoró, se entrampó. Ellos se alejaron y el joven, desesperado, comenzó gritar con pánico que le ayudaran porque la gasolina en el piso comenzó a arder y ya sentía miedo.

Arribaron los policías y en seguida los bomberos. Adentro del automóvil, el muchachito atrapado gritaba:

- ¡Auxilioooooo! ¡Auxilioooooo! ¡Por favor ayúdenmeeeeee! ¡No quiero moriiiiiiiir!

¡Ayúdenmeeeeee!

Sus gritos angustiantes se perdieron. La gente quería ayudar y los policías impidieron el auxilio.

-Ya no se puede hacer nada, dijeron.

Los testigos no podían creer lo que veían y lo que escuchaban. Todavía se podía hacer mucho para salvarlo. El incendio apenas había comenzado.

No aceptaban ni comprendian la frialdad de los policías y de los bomberos, y nada podían hacer para acercarse. Se los impedían.

Mientras empezaba a agarrar fuerza el incendio, el jovencito aumentaba sus ayes de dolor y sus gritos desperados para clamar la ayuda que pide todo el que siente miedo y desesperación porque no puede hacer nada para salvarse él solo. Intentó quitarse el cinturón y nunca lo logró.

Era en la tarde y comenzaba a oscurecer. Los gritos estridentes alarmaron al vecindario y más gente salió para ayudar al que clamaba por el auxilio que nunca recibió. Los mismos policías informaron a la gente que no insistiera, que nada podía hacerse para rescatarlo. No se podía apagar el fuego que pudieron sofocar antes, cuando apenas empezaba.

Ya nadie decía nada. Todos los que trataron de ayudar ahora lloraban porque se sentían impotentes para responder a los gritos aterradores del jovencito que los mismos policías describieron como un ladrón de autos sin tener la seguridad de que fuera un ladrón o solo un muchachito travieso que fue invitado por los que robaron la unidad. Tal vez él ni siquiera conocía la procedencia del autómovil.

Todos lloraban. Hombres y mujeres. Había muchos niños y sentían el pánico que les transmitía el joven que clamaba por auxilio con gritos desagarradores y aterradores en medio de las llamas que se alzaban, rugían y ya quemaban a los que estaban lejos.

Los testigos que vivieron ese accidente comentaron que no podían dormir en las noches y que todavía escuchaban los gritos del jovencito.

Unos decían que comenzaron a padecer diarreas frecuentes, a otros los invadieron fuertes dolores de cabeza y a muchos o a todos los envolvió la tristeza que los iba a mantener cautivos mucho tiempo. Han trascurrido varios meses de éste último incidente y todavía lo recuerdan con miedo. Una niña de siete años lo describe como una pesadilla que comenzó a tener desde que estaba en el interior de su casa y empeoró cuando salió a la calle para saber que ocurría.

A mí, que narro ambos casos que conoci en su momento, me cuesta mucho aceptar que la deshumanización alcanzó a los grupos de seguridad y de primeros auxilios que se supone van a aligerar la carga de los desesperados, atrapados por esos accidentes en los que corre peligro la vida de los involucrados, buenos o manos, blancos o negros, ateos o teístas, y es mas horrible escuchar a esos prestadores de un servicio social que pierde sus valores porque reciben órdenes de minimizar la atención con alguien que le cuesta al estado o de quien es identificado como una amenaza pública y social.

Varias veces he sabido que ya todos los agenes de seguridad tienen instrucciones de esperar que baje la marea del percance, cualquiera que sea el accidente, para que “las cuadrillas de limpieza se encarguen de recoger la basura”.

Conocí de cerca y escuché a los testigos de ambos accidentes. También a mi me horrorizaron sus narraciones porque en ambos casos recibí la información por teléfono en el momento que se suscitaron y aunque me resistía a creerlo tanía que dar crédito a las palabras de los narradores.

Hay muchos interesados en que las autoridades traten a alguien como amenaza pública, social y familiar, y de que les apliquen la misma regla para que los recojan como basura.

Está de la chingada y muchos hacen daño porque no saben que a todos los marranos les llega su navidad o porque ignoran que todo que sube baja, todo lo que baja sube, o como dicen los pragmáticos, los láicos, que solo hablan del karma que cobra en la misma proporción el daño que se hace con actos, con palabras o con ambos vicios emanados de su perversidad.

El karma está en la esquina y espera a todos los que actúan como esos paramédicos, bomberos y policías que dejaron morir o provocaron la muerte de dos jovencitos, uno enfermo y otro de aparente salud estable, pero absorbido por la mala suerte de aceptar la invitación a pasear por quienes robaron el automóvil y lo dejaron “emboletado”.

Fue invitado a pasear y los policías lo confundieron o prefirieron identificarlo como ladrón porque no pudo escapar y le hacían un favor a la sociedad si lo dejaban morir… y murió con una muerte cruel, rodeada de sadismo. O sabían que no era ladrón y lo dejaron morir porque fue el elemento importante para cargarle toda la responsabilidad del percance y caso cerrado. Se manejó en la información que era uno de los robacoches. Nunca se dijo que fue invitado a pasear ni que estaba desvinculado del robo del vehículo. Murió y cargó con todo el paquete. Muerto ya no pudo defenderse y nadie lo defendió.

De los causantes del robo de ese auto no volvió a saberse nada y se comentó que eran familiares de influyentes que los liberaron de los delitos que cometieron.

Visto desde ese ángulo, cualquiera puede ser tratado igual como fueron tratados esos dos adolescentes que murieron por negligencia o por descuido deliberado.

La justicia, la seguridad y los primeros auxilios ya se deshumanizaron.

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