Se publica de nuevo éste artículo para recordar aquellos bellos momentos que no se han vuelto a presentar en la plaza de Armas ni en la IV Centenario, las Alamedas, Las Moreras ni en el parque Guadiana. Claro que abundan en otros sitios, pero no en una mañana como esa y por una fémina que ya habia comenzado a trabajar temprano en su posición de vendedora, promotora o representante de alguna cadena comercial. Fue un caso infrecuente, desusado, insólito, de esos que hacen suspirar y pensar mucho en «¿Cuando volverá a verse otra vez?»
Homosexual se enfureció porque los varones suspiraban por
una muchachota amable que a todos saludaba con sonrisas.
Me llamó la atención la sinceridad furiosa de un homosexual que vio a unos muchachos entretenidos en un intercambio de impresiones porque pasó cerca de ellos un cuerototote de mujer.
Les platico porque el incidente que vi y escuché en Durango, en la plaza de Armas, me arrancó las carcajadas, no burlescas, más bien saturadas de buen humor por los contrastes de perplejidad y estulticia.
Ella caminaba con la naturalidad de su belleza femenina. Con candor y con esa seguridad y sobriedad de una mente sana, de buena formación y modales finos.
El lilo exageró los movimientos en un momento inapropiado, cargado con odio y envidia porque todas las expresiones de admiración de los muchachos estaban dirigidas hacia la joven que no he vuelto a ver en Durango.
El homosexual parecía que deseaba sacudirse el veneno que quería arrojar con la intención de salpicar a todos los que estaban en los lados del andador.
Nadie lo molestó. Nadie lo ofendió. Todos estaban ocupados en el blanco de sus motivos llenos de voluptuosidad. Insistía en querer ser el foco de la atención y los demás seguían fieles a su deseo de ignorarlo.
Al paso de la chica, unos fueron muy respetuosos, otros más, y algunos se mordían el labio inferior que emocionados tenían debajo de los dientes superiores y con movimientos de cabeza a un lado y a otro. Yo era uno de ellos. Las emociones nos tomaron por sorpresa con la presencia de esa nena que parecía la Venus de Milo, o la Afrodita de Praxíteles, el escultor que representó en la diosa del amor a la belleza, el placer y la pasión.
Alta la muchacha, tal vez 1.80, bonita, cabello largo, tez blanca, un cuerpo escultural como de 90, 60, 90, de esos que le detienen la respiración a uno cuando pasan cerca, alteran el lubdup, el ritmo cardíaco pues, lo inmovilizan a uno todito de los pies a la cabeza, y no se debe parpadear ni un instante porque en un cerrar y abrir de ojos se pierde tiempo en admirar esas bellezas. Pa' su mecha. Era un monumentote de mujer.
Entre la raza de bronce, en su mayoría varones, había muchas bocas abiertas por la impresión y tenían botadotes los ojos. Caso extraño. Nadie hablaba, solo movían la cabeza de un lado a otro y no dejaban de morderse el labio inferior.
Como que deseaban grabarse cada paso y cada rasgo de esa hermosa anatomía. Daba la impresión de que querían conservar en la mente cada detalle de esa admirable doncella.
La nenorrota lucía un vestido bonito, confeccionado con una tela que parecía estaba cubierta de micro argollitas del mismo material textil, color melón, y el diseño era bellísimo, de armonización completa con su estructura anatómica.
La decencia de su vestuario a la altura del cuello, en donde comienzan los hombros, y su sonrisa para todos, la hacía más digna de admiración. Ella sabía bien que nos tenía hipnotizados. A algunos se les salió la baja, pero sonrientes como el hermano «Lelo». No hubo una sola expresión desagradable que la incomodara o la hiciera sentirse ruborizada. En lugar de bolsa femenina, con la mano izquierda sujetaba un portafolios negro. Mangas largas, con olanes u ondulaciones en los puños del sayuelo o bocamanga del mismo material, también de matiz melón. Olanes u ondulaciones semejantes adornaban el borde del vestido que le llegaba a las rodillas. Zapatos de tacón alto aumentaban su estatura y la hacían ver más monumental. El color marfil de su calzado sintonizaba con su atuendo, y las medias eran de tonalidad aproximada al color de su piel ¡Qué piernotas! ¡Bonitas y bien torneadas!
Su belleza era mas brillante porque a todo el mundo le sonreía a su paso. Dejaba ver unos bonitos dientotes blancos y los labios pintados con un rojo fuego. Tenía buen gusto para vestir y conocía bien el manejo balanceado del maquillaje.
El homosexual estaba furioso y se sentó en una de las bancas cerca del grupo de varones que, sin hablar mantuvo fija la mirada en la muchacha que llegó a la plaza por el lado oeste donde está el Banco BBVA Bancomer y siguió en línea recta hasta que se perdió de vista en Juárez y 5 de Febrero, la esquina donde está la tienda de ropa Innovaspor.
Los bellos momentos de admiración transcurrieron en silencio, con emociones estridentes y el lubdup acelerado, pero como nunca falta un pelo en la sopa, ahí estuvo el pelo, y también el pero...
El gay, odioso por su comportamiento, insistía en sus perorata cargada con dicterios, producto de sus rabietas, como si fuera poseedor de un inventario de atributos femeninos, carisma, imagen y personalidad. Muchos ya habíamos disfrutado unos segundos con el paso de aquella Venus o Afrodita que hizo mas bello el día con sus sonrisas y sus movimientos de cabeza, de arriba hacia abajo y viceversa, en señal de saludos aderezados con amabilidad.
Quería atención el afeminado y solo conseguía repudio. Fue tanta su desesperación que reventó. Si no hubiera soltado lo que traía habría explotado como un Judas, de esos que queman el domingo de Resurrección para recordar como le estalló la panza a Izcariote.
-¡Aaay! No se qué tanto les ven a las pinnnches viejas si son puuuras booolas, expresó con desagrado y la rabia muy marcada en su semblante.
De inmediato se escuchó una carcajada explosiva, múltiple y hasta parecía que se habían organizado otra vez los muchachos para responderle con la sonoridad que transformó por completo al joven homosexual. Lo hizo encabronarse, en una palabra.
Estoy seguro que lo pensé primero, aunque en expresiones lingüísticas se me adelantaron los muchachos que todavía seguían en grupo y uno de ellos le expresó de frente:
-Para tu conocimiento, cuando vi a esa muchacha me volví más hombre. Así que te largas a la chingada o te parto la madre ahora mismo, cabrón.
El gay aparentaba tener ganas de entablar una confrontación a golpes o pretendía darse una personalidad impulsiva. Era evidente, pero se sentía en desventaja porque solo hablaba con expresiones indirectas. De cualquier manera, sabía que si seguía ahí de un momento a otro le iban a llover madrazos. Nadie le hizo algún comentario ofensivo. Él solo se involucró cuando la admiración colectiva se fue con la escultura femenina, pero quería algo para él. !Quería algo el chaval!
-¿Tuuu y cuántos maaas? respondió colérico y remató con una expresión de presumible valentía y de fingido desdén:
-«Nni que fueeeras Joe Biddden para que me apantaaalles».
Estaba desencajado. Algo no funcionaba bien en él. Nadie lo había ofendido. Nadie le falto al respeto ni se había dirigido a él. Se portó irrespetuoso, cínico y con evidentes deseos de provocar violencia. Otro muchacho de ese grupo y todos los que nos quedamos perplejos, para no decir de otra manera, respondió:
-Las mujeres son bolas, pero que ricas bolas. Tu no tienes nada que ofrecer güey.
Fue el tiro de gracia para el provocador. No soportó más, y medio perdió la cordura, pero como no es pendejo y sabía que le iban a responder a golpes, se levantó y se desahogó antes de emprender la retirada con los pasos y movimientos propios de su desviación:
-«¡Guáaacala!. Chiiinguen a su madre todos ¡Pinches puuutos!
Los muchachos se aventaron otra vez un nuevo coro de carcajadas sonoras y muy estridentes.
Amenizaron la despedida del visitante no invitado ni esperado. Sin la discordia llevada por ese joven, estuvo padre el momento como algunos que se suscitan cuando menos se esperan.
Disfruté por la escultura perfecta, admirable y entrañable que traía un vestido color melón. Era un mangote, de esos que los medicos recetan cuando algunas patologías lo traen a uno muy madreado ¡Qué delicia!
Me gustan las mujeres bonitas porque son muy buena medicina.
Todo ese episodio fue un «culto a la belleza».
¡Y qué belleza!
Imágenes de Pinterest y google maps.
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