No era devota y rezó el Rosario nueve años por su esposo en el panteón

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ROSARIO


♦ Un saludo de su suegra se convirtió en una

   pesadilla que le dio paz el resto de su vida.

 

Por Alfonso BLANCO CARBAJAL


¡Padreeee! ¡Padreee! ¡ Ayúúdemeee! se escuchaban unos gritos cerca de la sacristía del templo.

El párroco terminó de celebrar misa hacía unos instantes y ya se había despojado de las vestiduras para colocarlas en la percha que estaba en la sacristía.

El clérigo se sorprendió con esos gritos que procedían de alguien torturado por una angustia, desproporcionada para su resistencia física y espiritual. Apresuró su marcha para salir a encontrar a esa mujer presa del pánico.

-¿Que pasa hija? ¿Que te ocurre? inquirió el sacerdote, sorprendido por la desesperación con que insistía la señora. Tal vez esperaba alivio inmediato para su pena. Los demás, que estaban alrededor, ya conocían sus instantes inmediatos porque había platicado con ellos y ninguno logró tranquilizarla.

-¡Padreee! ayúúdemeee! ¡Siento mucho miedo! ¡No quiero que muera! 

¡Tengo miedo que muera Rodolfo ¡No quiero que mueraaaa! respondió con gritos más atribulados de alguien que ve a un familiar en peligro, en agonía por algún padecimiento terminal o por lesiones o heridas que pueden causarle la muerte de un momento a otro.

-¿Quién es Rodolfo y por qué tienes miedo que muera? ¿Está enfermo? ¿Está grave?

-No padre. Mi suegra, dona Elvira, acaba de decirme que le diga que se prepare y esas palabras significan que él va a morir, explicó con el llanto desbordado y la cara descompuesta por el dolor inmenso que cargaba.

Nadie de los que todavía estaban presentes entendía ese episodio que estalló al terminar la misa, poco después de que el padre impartiera la bendición, concluir y despedirles: la misa ha terminado, pueden ir en paz.

La sacristía era un caos con la crisis emocional que doña Silvia pensaba era espiritual y quería que el padre pronunciara algunas oraciones, la reconfortara y le quitara rápido esa aprensión porque estaba segura que sólo él podía auxiliarla.

-Hija, aquí estoy contigo. Aquí estamos varios miembros de la iglesia. No tengas miedo. Algo te afectó y tal vez te causó algunas confusiones que crees van a destrozar tu vida.


DEVOCION CARMELITANA


-Siento miedo que muera mi esposo. Hoy no pudo venir a misa y lo que me dijo mi suegra me descompuso, me provocó muchas dudas y me hizo reflexionar en la posibilidad de que en verdad muera, reitero. Es mucha coinciedencia, padre.

De nuevo, el clérigo trato de reconfortarla y le recomendó que no cayera en espanto porque alguien le decía algo y no debía dejarse dominar solo por el contenido de algunas palabras.

-Es malo tener pensamientos fatalistas. Hazlos a un lado. Estas asustada. Sin reflexionar interpretas ese comentario como un mensaje del más allá. No creas que tu esposo va a morir solo porque tu suegra bromeó contigo y utilizó palabras que te hacen creer algo tenebroso. No tienen relación, pero les encuentras un significado aterrador. Tranquilízate. No caigas en el fatalismo. Hay que estar seguros de la causa de tu turbación para no descuidar alguna patología que te puede hacer daño y nosotros, por error lo manejamos como una posible alteración espiritual. Cálmate hija. Dios está contigo.

-Quisiera ver todo con la tranquilidad que usted lo ve padre, pero siento mucho miedo y comencé a sentirlo después de terminar la misa. Al principio, cuando platiqué con mi suegra, sentí mucha alegría por verla. Hacía varios años que no nos veíamos. Entré primero al templo, me detuve ante la imagen de mi Padre Jesús para saludarlo, y al terminar me retiré de con él para ir a una banca a sentarme y vi a mi suegra que entró por la puerta principal. Nos encontramos con las miradas y sonrisas. Caminé hacia ella, nos saludamos con un abrazo. Sentí mucha alegría al abrazarla y besarla. Me dijo que se sentía bien, que estaba bien, y que me veía saludable, que le agradaba verme contenta, y que creía que Rodolo iba a estar conmigo. Le informé que en su trabajo le pidieron se presentara porque tenían que concluir un inventario, que fue solicitado por las oficinas centrales de la empresa, que están en Guadalajara.

-Está bien. Hoy no lo vi. Lo veo después. No dispongo de mucho tiempo. Debo regresar en cuanto termine la misa, le explicó su suegra. Debo estar de regreso a las 3:00 de la tarde. Silvia No preguntó a dónde tenia que regresar. No entendió nada. Se turbó. No preguntó, pero en su interior la agobiaba una confusión desmedida y en proceso de desarrollo, que aumentaba su miedo semicontrolado.


CAPILLA DEL PANTEu00d3N 2

Después de la despedida final que hace el padre, Silvia volteo a ver a su suegra para retirarse juntas del recinto eclesiástico. Dona Elvira ya no estaba y no transcurrieron muchos segundos de haberla visto. Les preguntó a los demás feligreses si vieron en que dirección se fue su suegra.

Nadie supo responderle por doña Elvira. La gente va a misa, no a transmitir "noticias". La feligresía había estado concentrada en la celebración eucarística. Silvia les replicó que era una señora vestida con blusa café claro, suéter café oscuro, de color parecido a la falda y los zapatos, y medias del mismo tono cromático. Nadie se fijó en detalles ajenos a la ceremonia. En ocasiones ocurre, pero en ese momento todo mundo estaba concentrado en misa. Faltaban unos minutos para la hora que doña Elvira había mencionado como tiempo límite.

Ese día, Silvia le encontaba significado y mensaje fatalista a todo lo que le parecía que era un aviso funesto de consecuencias reales. Comenzó a contrariarse por las respuestas de negación visual de alguien más que hubiera estado junto a ella. Pensó en cierta animadversión y le preocupaba más su momento critico que ella quería que todo mundo entendiera, como pasa con los pacientes víctimas de la depresión, que esperan atención reconforante de todo el mundo, pero nadie tiene palabras apropiadas para auxiliar, comprender, consentir. Estaba tan confundida y angustiada que intentó de nuevo llamar la atención de sus conocidas. Doña Elvira se había marchado sin avisarle a Silvia, tal vez para no distraerla de sus oraciones posteucarístias. Estaba arrodillada y su suegra respetaba esos momenos dedicados a Dios. Silvia no se enteró que ya no estaba junto a ella y le seguía hablando. Tal vez sintió tristeza por la frialdad de su suegra que ella percibía sin comprender con claridad. Su turbación comenzó a subir de intensidad cuando dos feligresas se acercaron y le preguntaron:

-Silvia ¿Se siente bien?

Ella respondió e inquirió al mismo tiempo.

-Si, por que me preguntan?

La primera volvió a hacer alusión a una probable enfermedad y la complementó con una explicación extra:

-La vimos hablar sola varias veces y pensamos que estaba enferma y tiene fiebre. Hablaba emocionada, contenta, como si platicara con alguien que conoce bien, alguien que quiere mucho.


ORACION


Le turbaba que pensaran podía ser víctima de un desbalance emocional, de una crisis psíquica, y que por una probable pirósis hubiera tenido algunas alucinaciones que le presentaron imágenes que solo ella imaginaba, aunque tuviese la seguridad de que fue real el episodio vivido durante la celebración eucarística.

Su angustia envolvió más su corazón y su mente empezó a tener más confusiones por los comentarios de los feligreses que estaban a su alrededor. Le preocupaba mucho que ella pensaba en la probabilidad de que pronto iba a ser viuda y para los demás no significaban nada sus angustias. No comprendía por qué los demás no percibían su congoja. Mientras seguían las preguntas, respuestas y comentarios de sus acompañantes, en lugar de ser sinceras y decirle a Silvia que no vieron a su suegra, que estaban abstraídas, embelesadas por la celebración dominical. 

Silvia notó que en el lugar donde había estado, dona Elvira "olvidó" el Rosario, igual al que utilizaba cuando la señora vivía con ellos y rezaba en casa junto con Rodolfo. Estaba a un lado de ella, lo alcanzó, lo revisó, y observó que en el reverso de la cruz tenía grabado el nombre Elvira.


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Ya no había dudas. Todo estaba claro. Elvira estuvo ahí y se fue porque tenia que estar en alguna parte, como le explicó antes. Silvia no preguntó nada en su momento y no veía nada extraño. De todas maneras algo no dejaba su mente en paz. Estaba turbada por el miedo a que las palabras de su suegra fueran un aviso, advertencia de una realidad que se avecina. Creía que por ser madre, doña Elvira percibía que su hijo iba a morir y le pedía que se preparara. Eso le angustiaba pensar porque significaba la despedida definitiva de su esposo.

Llegó a creer que padecía alucinaciones por el miedo repentino que la invadió. Recordó que doña Elvira estuvo un momento y que no sabía de dónde había llegado ni a dónde iba a regresar.

Hilvanó el incidente y su mente poco a poco dibujó una imagen exacta que correspondía al vestuario que dona Elvira, con colores café de distintos tonos, que armonizaban con su devoción carmelitana aunque fueran claros. Recordó que era devota de la Virgen de Nuestra Señora del Carmen, que visten colores oscuros en su cofradía.

El padre permaneció atento para auxiliarla y supuso que Silvia padecía en ese instante un cuadro psicótico y debía recibir ayuda médica, tal vez psiquiátrica, no espiritual, lo que ella buscaba con esa ansiedad incomprensible para todos los reunidos. No dejaba de observarla y la vio hundida en una especie de ausencia. Silvia comenzó a mover la cabeza de un lado a otro y levantaba las manos, como si tratara de encontrar alguna explicación por algo que estaba fuera de su alcance cognitivo y que de repente se volvió todo muy comprensivo. Comenzó a gritar como grita alguien que se enfrenta a un cuadro doloroso, a una aclaración aflictiva o recibe una noticia funesta y fortuita:

-Nooooooo! Nooooooo! Nooooooo!

-Habla hija. Necesitas hablar. Tus emociones son muy fuertes y no las liberas, le dijo el padre. Entre gritos y llanto exclamó algo que estaba ausente de su memoria y no comprendía nada de lo que ocurrió durante la celebración de la misa. 

-¡Padreeeeeee! ¡Ella está muerta, padreeee! Mi suegra murió hace tres años y no recordé nada cuand la vi porque me alegré. No recordé nada del pasado. Yo misma la vestí con la ropa que hoy traía puesta. Siento miedo. En vida era inválida. Utilizaba silla de ruedas porque una caída la postró y jamás volvió a caminar. No asocié nada cuando la vi entrar al templo, pero senti alegría al verla sana, alegre y más joven de la edad que tenía cuando murió.

-Calma hija, le respondió el clérigo que consiguió que Silvia conservara su paz, que en momentos parecía iba a explotar y tendría que ser llevada a una institución hospitalaria.

-Estoy bien padre. No le temo a ella. Me gustó verla. Temo a lo que me dijo. No quiero que se hagan realidad sus palabras. Rodolfo va a morir. Padre, pidale a Dios que no se lo lleve...

-Hija, en los designios de Dios no puede interferir el hombre.

-Pero usted es sacerdote y tiene facultades para atar y desatar. Lo que ate y desate en la tierra queda atado en el cielo. ¡Ayúdemeeee! ¡Siento mucho mieeeedo!


PANTEON


El padre comenzó a administrarle los sacramentales (aceite, sal bendita y exhorcisada). Todos los presentes permanecieron en silencio, con su mente y su corazón en comunión con Dios para que tuviera compasión de Silvia y le diera la paz que necesitaba. Terminó el padre y Silvia recobró la calma. Sobria, sin la angustia que quería arrollarla, balbuceo y le dijo al padre con un cambio conductual inesperado:

-Tengo miedo porque Rodolfo no sabe nada. No sé de que manera avisarle para que se prepare como dijo mi suegra. Sería espantoso que muriera sin estar en estado de Gracia con Dios.

-Avísale a Rodolfo que estás con nosotros aquí en la parroquia. Pidele que venga, si gustas, para que platiques con él. Aquí voy a permanecer contigo. Aquí van a permanecer ellos también por si algo necesitas. Habla a su trabajo y pídele que venga cuando salga.

Así lo hizo Silvia. Rodolfo llegó como a las 4:00 de la tarde. Cuando estuvo frente a él le mostró el Rosario de su madre. Al ver las cuentas con que doña Elvira conducía el Rosario se le dibujó una sonrisa en el rostro y expresó:

-El Rosario de mi madre que estaba perdido. Fue acariciado muchos años por sus manos y ahora lo tengo en las mías. Qué sensación agradable. Recordar a mi madre y encontrarme con esta sorpresa que estuvo extraviada mucho tiempo. Por coincidencia hoy soñé a mi madre. Me gustó mucho verla. Me abrazó, me besó y me dijo te quiero.


ROSARIO 1

Rodolfo levantó las manos al cielo, dirigió la mirada a la imagen de la Virgen del Carmen que estaba en un oratorio lateral del recinto eclesial y dijo: Gracias, Señora. Esta es una bella noticia y luego preguntó:

-¿En donde lo encontraste?

Silvia ya no hizo mas rodeos. Tenía que soltar la información completa y de inmediato. Era el momento propicio.

-Tu madre lo trajo.

Perplejo, Rodolfo guardó silencio, con la mirada fija en Silvia y exclamó:

-No entiendo, ella murió hace tres años. Esta muerta. Los dos la sepultamos.

-Si Rodolfo. Ella murió hace tres años, pero hoy le dieron permiso para salir y venir. Estuvo aquí en el templo. Escuchó misa. Estuvo sentada a mi lado. En la misma banca.

Rodolfo hizo una pausa. Un minuto, tal vez dos. No sabía que decir. Todo el incidente le parecía extraño. El no perdió la tranquilidad y, aunque pareciera extraño, conservaba una ligera sonrisa en sus expresiones faciales. Percibía una especie de paz que le agradaba en medio de las dudas que lo asaltaban porque no es algo simple estar en un percance en el que están enlazadas dos dimensiones, el aquí y el más allá; la tierra y el cielo; el presente y ese estado en el que los cristianos católicos creen están todas las almas que son llevadas de la tierra para purgar sus pecados.

Silvia rompió el silencio y le comunicó a Rodolfo el reporte de su mamá.


PARROQUIA COLONA HIPODROMO

-Dijo tu madre que hoy no te vio, pero que pronto te va a ver, que te prepares. Dejó el Rosario en el lugar donde estaba sentada y desapareció. Se veía mas joven. Muy repuesta. Entró sin ayuda, sin bastón y sin silla. Se veía muy elegante y muy contenta. Dijo que su estancia allá es agradable; que todo está bien donde le tocó. Que tenía ganas de verte. Ella dijo.

-Me perdí ese momento. Me gustaría mucho haber visto a mi madre. Tu la viste de cerca.

-La vi de cerca. Platicamos y nos dimos un abrazo. Al verla nunca recordé que había partido de este mundo. Mi cerebro se nubló y no entendía que pasaba. Ahora todo está muy claro.

De inmediato, Rodolfo hablo con Silvia y sin preámbulos le comunicó:

-Con el Rosario en la mano, aquí frente al padre, todos los presentes y frente a Nuestra Señora del Carmen quiero hacerte una petición y un ofrecimiento. 

-¿Qué vas a pedir y qué vas a ofrecer? inquirió ella.

-No estás obligada a aceptar, porque no eres devota de la Virgen del Carmen y tampco acostumbras rezar el Rosario, pero si aceptas quiero que por favor lo cumplas, y que tu o yo, el que le toque rezar primero, lo va a hacer en el panteón, en la tumba del que ahi reposa, y cuando no se pueda por el clima, rezamos en casa o en la capilla del cementerio. Cuando muramos, uno u otro, el que sobreviva va a rezar el Rosario por el que murió hasta que la muerte se lleve al que quedó en la tierra.

-¡Acepto! respondió Silvia.

Rodolfo se mostró satisfecho y una sonrisa inusual llenó su rostro. Fue una reacción inesperada porque todos creían que iba a haber una expresión de miedo, de ese pánico que experimenta el humano cuando se habla de que va a morir.

Rodolfo abrazó a Silvia. Se veía contento, como si hubiera ganado una rifa, obtenido una recompensa, una victoria de algún encuentro o competencia que ya esperaba con anticipación. Todos creían que su reacción iba a ser parecida a la de su esposa, llena de inquietud y angustia.

Rompió el silencio en la comunicación con el sacerdote, le agradeció sus atenciones y extendió su agradecimiento a los demás feligreses que acompañaron a Silvia en los momentos pesados que tuvo al terminar la misa de las 2:00 de la tarde en la parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús, de la colonia Hipódromo.

El padre impuso sus manos sobre la cabeza de Rodolfo y Silvia, los bendijo, se alejaron, y todos se retiraron del templo.

Rodolfo y Silvia volvieron a su vida diaria y el hogar de ambos se llenó de alegría un breve periodo. Rezaban el Rosario y al doceavo día la tristeza invadió la vivienda. Eran las cinco de la tarde. Los dos compartían el mismo sillón. Rodolfo se quedó dormido, igual que en las ocasiones anteriores cuando tomaba la siesta al lado de ella. Ya no despertó.

Aunque Silvia estaba preparada para ese desenlace porque recibió la noticia primero, antes que Rodolfo se enterara, la impresión del acontecimiento que tanto temía la trastornó un tiempo, la envolvió, ahora sí bien envuelta porque a ella le tocó rezar nueve años por el que partió.

Silvia tuvo un periodo critico porque todas las separaciones llegan junto con un tiempo de transición, de cambio. Era humana y, por supuesto, le dolió la separación de su compañero. Fue más doloroso soportar la ausencia porque no tenían hijos ni familiares. Tal vez esa soledad la horrorizaba desde antes. Después todo se convirtió en calma.

Silvia se trasnsformó en devota de Nuestra Señora del Carmen. Desde la muerte de su conyuge se dedicó a rezar el Rosario en el Panteón de Oriente, como lo acordaron, rezar durante los días con buen clima, desde 1969, año en que Rodolfo dejo de existir a los 65 de edad.

El día que la muerte los separó, Silvia tenía 60 años. Murió en 1969, a los 69 de edad.

A ambos, el Rosario los mantuvo unidos hasta su muerte, partida y reencuentro. En ellos obró el poder de la oración.

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