Compartido en Facebook en 4-17-2018
Por Alfonso BLANCO CARBAJAL
Tenía unos ocho años de edad cuando acompañé a mi mamá a visitar a una amiga suya. Era una casa grande con una huerta de parsimonios en el centro y diferentes árboles frutales alrededor: duraznos, naranjos, limones, palmas datileras y había un zapote frondoso, con follaje verde y brillante. Me gustaba ese árbol porque los dueños de la vivienda me permitían cortar de esa fruta y comer los que quisiera.
Entre la naturaleza que formaba aquél pequeño paraíso, era el único de esa especie frutícola que más me gustaba. Los parsimonios también eran deliciosos, con mucha pulpa dulce, pero el zapote sentía un afecto muy especial por mí, era el primero en recibirme y siempre me daba la bienvenida con su estética única, su tronco fuerte y sano, bien desarrollado y su follaje verde y brillante. Siempre conservaba ese color y no recuerdo haberlo visto desnudo en el invierno. Claro que también cambiaba de ropaje cada año, pero mi memoria no lo tiene registrado en esas condiciones.
Era el primero en mostrarme su entusiasmo porque ocupaba el primer sitio, cerca de la entrada, y estaba como a unos cinco metros de la puerta.
No sé si fue alguna casualidad, pero ese día, cuando todos se disponían a comer, yo preferí cortar un zapote y disfrutarlo. Lo paladeaba cuando escuché toques en la puerta de salida a la calle. Yo era un visitante. No me correspondía abrir. Nuestra anfitriona también escuchó los golpes y atravesó el trayecto que separaba el sitio donde había un convivio familiar. Al abrirla, un muchacho como de unos 20 años, con una bolsa de ixtle de lechuguilla polícroma en las manos, le pidió a la señora que le vendiera unas hojas de zapote para preparar una medicina; que la necesitaba con urgencia.
La anfitriona le respondió cortante, descortés:
-¡No! Estoy ocupada.
El muchacho se veía preocupado y le rogó una vez más:
-Por favor, señora, las necesito para un enfermo. Son para remedio.
-¡No! ¡No! ¡Vete! y cerró la puerta sin dar explicaciones.
Al ver aquél incidente sentí como si a mí me hubiera negado las hojas. Me situé en el lugar de aquél joven y un aire frío me cubrió de los pies a la cabeza.
Al cerrar la puerta, ella regresó a donde estaban reunidos sus familiares.
Terminó la reunión y volvimos a casa mi mamá y yo. No le comenté nada y hasta la fecha nunca he olvidado aquella cara angustiada del muchacho que había cifrado sus esperanzas en el árbol que estaba cargado con mucha fruta y follaje verde. Vestía de gala natura. El joven traía una camisa color marfil, pantalón caqui, zapatos café obscuro y una chamarra color gris, delgada.
No recuerdo qué pasó con el zapote que yo había cortado para comer ni evoco en cuanto tiempo regresamos a esa casa otra vez. Pudo haber transcurrido un mes, tal vez más. No estoy seguro del lapso, pero cuando volvimos traté de hacer lo mismo que hacía siempre, dirigir la mirada a ese zapote, admirar su belleza con un tronco grueso y fuerte, como si su presencia en ese sitio me transmitiera alegría por el exuberante follaje y las delicias de sus frutos.
Cada fruto contenía una deliciosa pulpa blanca y estaba decorada con cuatro semillas o huesos colocados en el centro con simetría. Su cáscara tenía una textura parecida a la del mamey, pero su color verde, igual que los zapotes blancos que producen otros árboles de la misma especie.
Mi amigo el árbol, que era el primero en endulzar mis visitas a esa casa, estaba seco.
Me dolió verlo en esas condiciones. Sus ramas estaban tristes, lánguidas. No había rastro de sus hojas en el ramaje ni en el suelo, y estábamos en verano. No había señales de vida en él.
Yo estaba chico, pero de inmediato relacioné el incidente de las hojas para un enfermo, el rechazo desatento de la señora y la angustia del muchacho, con la pérdida de mi viejo amigo el zapote que tantos buenos recuerdos me dio.
Eso ocurrió hace 60 años y ahora comprendo por qué aquél muchacho pedía con desesperación que le vendiera hojas de “tzapotl”, su nombre original en náhuatl.
El diccionario en línea wikipedia (es.wikipedia.org/wiki/Casimiroa_edulis) afirma que en el siglo XVI, el Códice florentino menciona al zapote como somnífero. Francisco Hernández de Toledo relata que las hojas machacadas y aplicadas a las nodrizas, curan las diarreas de los infantes. Los huesos del fruto, quemados y hechos polvo, curan las úlceras pútridas; quitan y consumen por completo la carne viciada y la úlcera mediante la creación de nuevo tejido, y favorece la cicatrización con rapidez admirable. Los frutos comidos concilian el sueño y calman los dolores de vientre de los niños, si provienen de frío o de flatulencia. En la información surgida de las Relaciones geográficas del siglo XVI se señala que es muy provechosa para inflamaciones.
A finales del siglo XIX, en Datos para la Materia Médica Mexicana, se relata que en las investigaciones realizadas por el Instituto Médico Nacional se obtuvieron en la mayoría de los casos resultados positivos, utilizado como: hipnótico, anti convulsionante y antitérmico (contra la fiebre), analgésico (calmante del dolor), la agitación, el delirio y favorecedor del sueño. En el siglo XX, Maximino Martínez lo consigna como: anticonvulsivo, antipirético (contra la fiebre), antirreumático, antiséptico, hipnótico, hipotensor, para irritaciones gastrointestinales, provoca parálisis de la respiración, sedante, vasodilatador y analgésico. Luis Cabrera lo reporta para la arterioesclerosis, como diaforético, diurético e hipnótico. Finalmente, la Sociedad Farmacéutica de México lo indica como diurético e hipnótico.
Su cultivo se propaga como semilla recién salida de la pulpa, que germina en 30-40 días. Es de crecimiento rápido y fructifica en un periodo de 3 a 4 años. Admite cualquier suelo profundo, siempre que esté bien drenado. Tolera mal el agua estancada y la humedad. Regar en verano. Cuando la semilla es adulta resiste bien las bajas temperaturas, los suelos pobres y sequías de hasta 4 y 5 meses.
Mi viejo amigo el zapote pagó las consecuencias de aquél egoísmo. Aunque se fue lo tengo presente porque siempre me saludaba al llegar a esa casa y sus frutos endulzaban un rato mi vida infantil.
El fue mi amigo. Lo quise mucho y tengo bellos recuerdos porque fue generoso conmigo.
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