En memoria de mi padre don Celestino Martínez Jiménez. Un pequeño homenaje
para ese gran hombre; el padre, que en ocasiones también figuró como madre,
pendiente de sus hijas e hijos a quienes les prodigaba amor, cariño, protección.
Rubén Martínez Cisneros | articulista colaborador de El Heraldo de México
Un pequeño homenaje para ese gran hombre; el padre, que en ocasiones también figuró como madre, pendiente de sus hijas e hijos a quienes les prodigaba amor, cariño, protección, los ve crecer y volar a otros nidos; conduce el timón contra viento y marea para bien de los chamacos, la sangre de su sangre, perdón por lo sentimental.
El poeta Juan de Dios Peza, en su texto Mi Padre, escribe, «Yo tengo en el hogar un soberano, único á quien venera el alma mía; Es una corona de cabello cano, la honra su ley y la virtud su guía. En lentas horas de miseria y duelo…es un anciano y lleva en su cabeza el polvo del camino de la vida».
En su bella canción, Camina siempre adelante, Alberto Cortez, nos dice, «Cuando le dije a mi padre que me iba a echar a volar, que ya tenía mis alas y abandonaba el hogar, se puso serio y me dijo, a mi me ha pasado igual, también me fui de la casa, cuando tenía tu edad, en cuanto llama la vida, los hijos siempre se van, te está esperando el camino y no le gusta esperar…»
Por su parte, el novelista Vicente Leñero, retrata a su padre en el texto Madre sólo hay una (Recuerdos de la infancia. Un poco antes, un poco después), «Era un joven moreno, de frente amplia y bigote espeso. Vestía de traje, chaleco y reloj de leontina… era jolgorioso y tarambana».
Del libro Ser Hombre, del escritor ruso George Ivánovich Gurdjieff, «Mi padre tenía una idea muy simple, clara y bien definida de las metas de la vida humana , me dijo muchas veces en mi juventud que el esfuerzo fundamental de todos los hombres debía ser crear por sí mismo una libertad interior con respecto a la vida y prepararse para una vejez feliz».
Para el Premio Nobel 1946, Hermann Hesse, autor de Demian, Siddhartha, entre otras obras, escribe, «Mi padre era diferente. Se mantenía aislado, sin pertenecer al mundo de los ídolos, ni al de mi abuelo ni al mundo rutinario de la ciudad. Se mantenía aparte, solo, solidario e inquisitivo, educado y benévolo, sin falsedad y lleno de interés por servir a la verdad, aunque manifestando su lejanía en aquella noble y tierna, aunque indescifrable sonrisa».
Por su parte, el autor de La Metamorfosis, Franz Kafka (Praga 1883-Viena 1924), en su libro Carta al padre, despiadada carta, de una extensión poco habitual dice Ricard Torrents, escrita en noviembre de 1919, de la que por cierto nunca leyó Hermann Kafka, manifiesta, «Querido padre: No hace mucho me preguntaste por qué digo que te tengo miedo».
Agrega, el autor de El proceso, «Como de costumbre, no supe qué contestarte: en gran parte, precisamente, por el miedo que te tengo; en parte porque en la explicación de dicho miedo intervienen demasiados pormenores para poder exponerlos con mediana consistencia».
Al final Kafka, escribe, «…la vida es algo más que un rompecabezas que hay que resolver…».
Fuente: El Heraldo de México
Autor: Rubén Martínez Cisneros, articulista colaborador
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