Vadim, el oficial ucraniano que acompaña a prensa dentro de la ciudad rusa de Sudzha, camina por una de las calles principales. María Senovilla. Kursk (Rusia)
La aviación rusa causa estragos dentro de su propio territorio para intentar
parar el avance ucraniano, y los corredores humanitarios ya no son seguros.
María Senovilla - El Español - 26 agosto, 2024
Para llegar hasta una de las ciudades que Ucrania ha ocupado –temporal– en territorio ruso, es necesario ir en un vehículo blindado de los que se utilizan para entrar a la zona cero en una guerra. Pertrechados con cascos y chalecos antibalas, todos los integrantes del convoy contienen la respiración al cruzar el paso fronterizo, cuyas instalaciones están bombardeadas. Es la primera vez que un país invade Rusia desde que Hitler lanzó la operación Barbarroja en 1941.
A través de las angostas ventanas del vehículo blindado, se ven pasar a toda velocidad retazos del paisaje. Una torre eléctrica bombardeada por allí, una casa sin tejado por allá. Sólo nos cruzamos con algunos vehículos militares –ucranianos–, y aunque el camino está repleto de socavones y vamos dando botes, el ambiente es extrañamente tranquilo.
Al llegar a Sudzha, la puerta trasera se abre y desembarcamos en medio de una plaza desierta donde se ven restos de combates urbanos. El silencio sólo se rompe con el sonido de los bombardeos a lo lejos, que retumban cada pocos minutos, pero la sensación de calma prevalece.
“Estamos en el proceso de identificar a las personas que continúan viviendo aquí, en Sudzha. Vamos distrito por distrito, para averiguar cuánta gente queda y entender qué necesitan: si hace falta traer comida, atención médica, medicinas especiales”, explica Vadim, el oficial de prensa del Ejército ucraniano que nos hace un informe de las condiciones actuales allí mismo.
Frente a nosotros está el edificio de la Administración Regional –también bombardeado–, los restos de una estatua de Lenin y el monumento conmemorativo del fin de la II Guerra Mundial, que preside esta localidad situada a 20 kilómetros de la frontera con Ucrania.
La ciudad rusa de Sudzha no es muy diferente a cualquier ciudad ucraniana. Tal vez porque esta ciudad, junto con otras muchas de las regiones de Kursk, Bryansk, Belgorod o Rostov pertenecieron a Ucrania antes de la década de 1930, cuando la antigua Unión Soviética modificó por decreto sus fronteras.
Edificio que albergaba la Administración Regional de Sudzha, en el centro de la ciudad.
María Senovilla
Resumiendo mucho esta década negra para los ucranianos, llena de matices históricos, en los años 30 –y tras superar el Holodomor que mató de hambre a millones de personas– Ucrania perdió una extensión de 40.000 kilómetros cuadrados de la noche a la mañana y 1.200.000 habitantes de esas tierras fueron despojados de parte de su identidad. Una identidad que se remontaba al siglo XVII, cuando los cosacos fundaron las ciudades de esta parte del mundo.
Por eso, cuando los soldados de Kiev ocuparon Kursk –el pasado 6 de agosto– se encontraron con que las ancianas rusas, a las que se acercaban para explicarles la situación, hablaban en ucraniano con total normalidad. “Una de mis abuelas era de Kursk”, dice Oleksyi, otro de los militares que nos acompañan, cuando le pregunto qué sintieron al cruzar la línea que separa los dos países.
Muy lejos de todo
Sin embargo, la mayoría de los habitantes de Sudzha con los que nos encontramos después no recuerdan esa parte de la Historia. Una de estas personas es Liudmila, que empuja un carro de supermercado lleno de bidones vacíos. Va con su familia a buscar agua, porque en el pueblo ahora no tienen agua corriente, ni electricidad, ni cobertura de teléfono.
“¿Qué piensas de lo que está pasando?”, le pregunta otro periodista cuando la mujer accede a hablar con nosotros. La conversación que se produce después roza lo surrealista: “Yo sólo quiero que esto pare, no entiendo por qué ha pasado esto”, responde Liudmila.
“¿Putin no les ha dicho lo que está pasando en Ucrania desde hace dos años y medio, no les ha hablado de cómo muere allí la gente?”, insiste el periodista. “Sólo están muriendo soldados”, afirma la mujer sin vacilar. “¿No sabes lo que pasó en Bucha, Irpin, Mariupol?”, hace un último intento. “Simplemente no puedo creerlo”, zanja Liudmila.
Residentes de la ciudad de Sudzha esperan en un refugio para ser evacuados hacia otras ciudades rusas. María Senovilla
Dejamos a Liudmila continuar su camino –ninguno de los dos va a convencer de nada al otro– y llegamos a un edificio donde se concentran más de 70 personas que esperan para ser evacuadas. El lugar tiene un enorme sótano, donde han instalado colchones y llevado víveres, y allí pasan el tiempo como pueden.
La mayoría son ancianos, pero también hay varias familias con adolescentes y un niño. El calor pegajoso de estos días hace que no corra ni una gota de aire bajo tierra, y el olor a rancio es mareante. Así que muchos de ellos están fuera, sentados en bancos de madera que hay contra un muro, a pesar de que el sonido de los bombardeos no cesa.
La interacción entre los habitantes de Sudzha y las tropas ucranianas es tensa, pero no parecen tener miedo de los “ocupantes”. Los soldados les preguntan qué necesitan, les ofrecen comida y se interesan en si conocen a alguien más que quiera evacuar. Los civiles les responden con aspereza, pero reconocen que están sorprendidos del buen trato de los ucranianos.
“Ellos [las tropas ucranianas] nos trajeron agua, buena comida, pan y un doctor”, explica Tamara, de 65 años. “Nosotros no hemos hecho nada, estamos muy lejos de todo”, añade. Recuerda que cuando empezó la ofensiva sólo corrieron a esconderse, y después llegaron hasta este sótano. “No tenemos otro sitio para ir, muchas casas están destruidas y hay muchos bombardeos”, dice.
Volver a Moscú
La historia que cuenta Vladislav, de 72 años, es parecida. “Yo escuché disparos en la zona del ayuntamiento, pero no sé de quién. Tal vez hubo combates pero yo no sé nada de eso”, dice. Asegura que no evacuó porque no tuvo “ni tiempo ni un coche para salir de aquí: todo fue muy rápido y me quedé atrapado con mi mujer”. Vladislav es de Moscú, y estaba en Sudzha de vacaciones.
Una anciana sonriente se une a la conversación. Pide que la llamemos babushka [abuela] Olga y tiene 81 años. “Mi pasaporte es ruso, sabes, pero siento a Ucrania como algo cercano”, se arranca sin perder la sonrisa. “Hay gente buena y gente mala, tanto en Rusia como en Ucrania”.
“Los soldados ucranianos que han llegado aquí no nos han hecho nada malo, pero yo quiero que vuelva la paz a los dos lados: a Rusia y a Ucrania. Quiero vivir en paz los años que me quedan... ahora pienso en las madres, en los niños, y esto no está bien. Pero sólo los líderes pueden pararlo”, dice la anciana con una claridad mental que nos hace quedar a todos en silencio.
Olek y la 'babushka' Olga, residentes de la ciudad rusa de Sudzha, esperan junto a un refugio subterráneo a que llegue la evacuación. María Senovilla.
Pero uno de los hombres más jóvenes que están allí rompe el silencio. "Esto con la Unión Soviética no hubiera pasado", espeta ante la mirada atónita de los oficiales ucranianos. Se llama Olek y tiene 57 años, y no duda en reconocer que echa de menos aquella época. “Hace 40 años no había problemas en nuestro país", apostilla.
De hecho, Olek no cambió su antiguo pasaporte soviético por uno ruso hasta 2007. Esperó 16 años con la esperanza de que la URSS volviera, y sigue convencido de que “no son necesarios los cambios que ha trae la democracia…”. La conversación se ve interrumpida por un soldado que llega a la carrera, y advierte de que hay drones rusos de reconocimiento en la ciudad.
Todos bajamos entonces al sótano, donde permanecemos a oscuras y casi en silencio más de hora y media, hasta que aparece de nuevo el vehículo blindado y nos hacen entrar en él a la carrera. Salimos precipitadamente de Sudzha, aún más rápido que cuando entramos. Y dejamos allí a Tamara, a Vladislav, a Olek y a la abuela Olga.
Catástrofe humanitaria
Las evacuaciones llevan 10 días pausadas por el incremento de los bombardeos rusos, que usan sus aviones para lanzar bombas planeadoras también contra las ciudades. A pesar de que saben que hay muchos civiles que aún no han evacuado. “Si los rusos continúan bombardeando a su gente van a provocar una catástrofe humanitaria”, dice Vadim, ya dentro del vehículo, en dirección a Ucrania.
“Bombardear a estos civiles es un acto terrorista”, asegura. “La máxima preocupación ahora para el Ejército ucraniano es la integridad de los civiles de los territorios que hemos ocupado, y realmente nos preocupan mucho estos bombardeos porque van a más”, añade.
Pero aunque las evacuaciones –hacia otras ciudades controladas por Rusia– se reanuden, habrá gente que no quiera abandonar sus casas. Gente mayor, sobretodo; personas que no tienen dónde ir, ni se ven con fuerza para empezar de nuevo en un lugar extraño. Vecinos que confían en que la ocupación acabará pronto, y no es necesario abandonar su casa ahora.
Rusia ya ha evacuado a más de 200.000 personas en la región de Kursk, pero habrá quién se quede a pesar de todo. Y para los ucranianos, será un reto controlar las condiciones de seguridad para la población civil en los más de 1.260 kilómetros cuadrados de territorio ruso que ya han logrado conquistar.
Fuente: El Español
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