En la homilía de la Misa conclusiva de la segunda sesión de la Asamblea sinodal sobre la sinodalidad, Francisco diseñó la imagen de una Iglesia que “se despoja del manto de la resignación” y “se ensucia las manos para servir al Señor”, respondiendo al grito de los que sufren como el de “los niños esclavos”
Alessandro Di Bussolo – Ciudad del Vaticano
“No necesitamos una Iglesia paralizada e indiferente”, sino una Iglesia que, como el ciego Bartimeo, deja a un lado “el manto de la resignación”, confía al Señor sus cegueras, se pone de pie, “camina junta detrás de Él y con Él”, “recoge el grito del mundo y se ensucia las manos para servirlo”, llevando “la alegría del Evangelio por las calles del mundo”. Esta es la imagen de la Iglesia sinodal que ofrece el Papa Francisco en la homilía de la Misa de clausura de la segunda sesión de la XVI Asamblea General del Sínodo sobre la Sinodalidad, presidida en la Basílica Vaticana. El Sínodo “nos exhorta a ser Iglesia como Bartimeo: la comunidad de discípulos que, oyendo pasar al Señor, se dejan despertar por la fuerza del Evangelio y comienzan a gritarle”.
Mientras el cardenal Mario Grech, Secretario General del Sínodo de los Obispos, celebró en el altar, el Papa, sentado en su cátedra, se inspiró en el episodio de Bartimeo, presentado por el Evangelio de Marcos, incluido en la liturgia de este XXX Domingo del Tiempo Ordinario. Es el ciego mendigo, “un descartado sin esperanza” que, sin embargo, “cuando oye pasar a Jesús, comienza a gritar hacia Él”. Y “mientras todos lo reprenden porque les molesta su voz, Jesús se detiene. Porque Dios escucha siempre el clamor de los pobres y ningún grito de dolor queda sin ser escuchado por Él”.
Francisco, al final del Sínodo, llevando en su corazón “mucha gratitud por lo que hemos podido compartir” invitó a los 365 miembros de la asamblea, a los cinco mil fieles presentes en la Basílica y a todos los conectados a través de los medios de comunicación, a detenerse en lo que le sucedió a Bartimeo: al principio, estaba sentado al lado del camino mendigando, mientras que al final, tras ser llamado por Jesús y haber recuperado la vista, "lo siguió por el camino". Estaba sentado mendigando, comentó, como “una persona encerrada en su propio dolor”.
Pero, como sabemos, para vivir de verdad no podemos permanecer sentados: vivir es siempre ponerse en movimiento, caminar, soñar, hacer proyectos, abrirse al futuro.
Y esto, añadió el pontífice, nos puede llevar a pensar a “nuestro ser Iglesia del Señor”. Cuando “muchas cosas pueden volvernos ciegos, incapaces de reconocer la presencia del Señor, incapaces de afrontar los desafíos de la realidad”; también a “responder a los muchos interrogantes que nos interpelan”. "Frente a las preguntas de las mujeres y los hombres de hoy, a los retos de nuestro tiempo, a las urgencias de la evangelización y a tantas heridas que afligen a la humanidad, no podemos quedarnos sentados”, aseveró el Papa.
Una Iglesia sentada que, casi sin darse cuenta, se retira de la vida y se pone a sí misma a los márgenes de la realidad, es una Iglesia que corre el riesgo de permanecer en la ceguera y acomodarse en el propio malestar. […] Por favor, pidamos al Señor que nos dé el Espíritu Santo para que no nos quedemos sentados en nuestra ceguera, ceguera que puede llamarse mundanidad, que puede llamarse comodidad, que puede llamarse corazón cerrado... No nos quedemos sentados en nuestra ceguera, en nuestras cegueras.
El Papa pidió recordar que el Señor pasa siempre “y se detiene para hacerse cargo de nuestra ceguera”. "¿Y yo lo siento pasar? - preguntó - ¿Tengo la capacidad de sentir los pasos del Señor? ¿Tengo la capacidad de discernir cuándo pasa el Señor?".
Sería hermoso si el Sínodo nos impulsara a ser Iglesia como Bartimeo; es decir, la comunidad de los discípulos que, oyendo al Señor que pasa, percibe la conmoción de la salvación, se deja despertar por la fuerza del Evangelio y comienza a clamar a Él. Y lo hace recogiendo el grito de todas las mujeres y los hombres de la tierra.
He aquí que el Papa recordó “el grito de aquellos que desean descubrir la alegría del Evangelio y de aquellos que, en cambio, se han alejado; el grito silencioso de quienes son indiferentes; el grito de los que sufren, de los pobres, de los marginados; de los niños esclavos, esclavizados en tantas partes del mundo para trabajar; la voz quebrada de quienes no tienen ni siquiera la fuerza de clamar a Dios, porque no tienen voz o porque se han resignado”.
“No necesitamos una Iglesia paralizada e indiferente, sino una Iglesia que recoge el grito del mundo y -quiero decirlo, tal vez alguno se escandalice - se ensucia las manos para servir al Señor.”
Sobre el segundo aspecto, Bartimeo que estaba sentado y que luego sigue a Jesús por el camino, Francisco comentó que esto significa que “se convirtió en su discípulo”. Puesto de pie de un salto, “enseguida recobró la vista”.
Así, también nosotros: cuando estemos sentados y acomodados, cuando como Iglesia no encontremos las fuerzas, el valor y la audacia necesarias para levantarnos y retomar el camino, recordémonos de regresar siempre al Señor y a su Evangelio.
Bartimeo que siguió a Jesús por el camino “es una imagen de la Iglesia sinodal”, dijo el Papa. “El Señor nos llama, nos levanta cuando estamos sentados por tierra o caídos, nos hace recobrar una vista nueva, para que, a la luz del Evangelio, podamos ver las inquietudes y los sufrimientos del mundo”.
“Al Señor se le sigue por el camino, no se le sigue encerrados en nuestras comodidades, no se le sigue en los laberintos de nuestras ideas: se le sigue por el camino. Y recordémoslo siempre: no caminar por nuestra cuenta o según los criterios del mundo, sino caminar por el camino, juntos, detrás de Él y caminando con Él.”
Por eso la invitación del Papa Francisco es a ser juntos “no una Iglesia sentada, sino una Iglesia en pie”.
No una Iglesia muda, sino una Iglesia que recoge el grito de la humanidad. No una Iglesia ciega, sino una Iglesia iluminada por Cristo, que lleva la luz del Evangelio a los demás. No una Iglesia estática, sino una Iglesia misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo.
Concluyendo, el Papa invitó a venerar la reliquia de la antigua Cátedra de san Pedro, meticulosamente restaurada, recordando “que esta es la cátedra del amor, de la unidad y de la misericordia, según aquella orden que Jesús le dio al apóstol Pedro, no de dominar a los demás, sino de servirlos en la caridad”. Y “el majestuoso baldaquino de Bernini más resplandeciente que nunca” tras la restauración, “encuadra el verdadero punto focal de toda la Basílica, es decir, la gloria del Espíritu Santo”. Esta es la Iglesia sinodal – hizo presente el pontífice - : una comunidad cuyo primado está en el don del Espíritu, que nos hace a todos hermanos en Cristo y nos eleva hacia Él.
El camino juntos no concluye, continúa con confianza. Y, como Bartimeo, pregunta al final Francisco: “¿Me siento llamado? ¿Me siento débil y no puedo levantarme? ¿Pido ayuda?”.
Por favor, dejemos a un lado el manto de la resignación, entreguemos al Señor nuestras cegueras, levantémonos y llevemos la alegría del Evangelio por las calles del mundo.
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