Publicado el 23 de julio del 2023 en Facebook
Por Alfonso BLANCO CARBAJAL
No había nadie en la calle a esa hora cuando lo detuvieron y comenzaron a golpearlo. Esperaba que alguien lo ayudara y lo rescatara de esos desconocidos que lo torturaban para obligarlo a hablar.
Querían que delatara al sujeto que deseaban atrapar y lo golpearon para que «confesara».
-Habla cabrón. En donde está «El Tuercas», y cuidado con que trates de vernos la cara de pendejos. Habla, con una chingada, le gritó uno y al mismo tiempo le soltó otro puñetazo en el rostro. Ya le habían dado varios golpes entre los cuatro.
El interpelado no tuvo tiempo de balbucear. Estaba medio noqueado. No respondió por instantes. Estaba semiinconsciente, pero escuchaba todo lo que decían sus agresores.
-Habla. No tenemos tu tiempo ¿En donde está «El Tuercas».
Interrumpió el interrogatorio uno de los cuatro. No obtenían respuesta y eso los enfurecía más.
-Cualquiera de dos. Este güey no es «El Pancho» o está noqueado por los putazos en la cara. Ya no le pegues. Déjalo que reaccione el hdlch para que hable.
El que los llevó con Mario les dijo rápido:
-Ni madre. Es «El Pancho». Ayer aquí mismo estaba platicando con «El Tuercas» y cuando me vieron corrieron. No los alcancé y se fueron cada uno en dirección diferente. Es él, como chingaos no.
Mario no conocía a ninguno de los cuatro agresores que creía lo iban a matar en ese momento, ahí donde lo detuvieron y le exigían con gritos y golpes que les cantara una canción, que les diera información.
-Pinche morro cabrón, expresó uno de ellos al referirse al «Tuercas». Nomás que te atrapemos no te la vas a acabar hijo de la chingada. Andaban armados y su presencia infundía pánico.
Mario no sabía de quien iba a recibir golpes. Todos querían tomar parte en la tortura. Le soltaban un puñetazo en el estomago, en el pecho, en la cara, en la espalda. Por todos lados le llovían las «caricias».
El que lo identificó desde el principio gritó varias veces:
-«El Pancho» es primo de «El tuercas». Son familiares.
Por algo insistía mucho y si conocía bien al mentado «Pancho», sabía bien que Mario no era el tipo al que querían atrapar. A Mario le parecía muy frenético el joven que no cesaba de señalarlo como el buscado «Tuercas». Eso creía.
En ese momento Mario comenzaba a recuperarse del estado de semi inconsciencia en que lo hundió el reciente golpe que le propinó uno de sus verdugos. Otro de ellos, el numero cinco, permanecía en una camioneta pick up, estacionada a unos 10 metros de distancia, sin placas y con el motor encendido.
Desorientado, Mario los veía con la mirada perdida, pero eso no les importaba a esos sujetos que, aferrados querían saber el paradero del «morro» que buscaban.
De repente, Mario sintió el metal frío del cañón en la sien derecha cuando lo encañonó otro del grupo. Sintió frío en todo el cuerpo. Pensó que ya lo iban a matar y escuchó la primera de muchas interrogantes que le iban a plantear apuntado con aquél pistolón, que en cualquier momento podía soltar un disparo y cegar su vida.
Con el método efectivo de «habla o calla para siempre», semejante al que se escuchaba durante la ceremonia religiosa nupcial de los contrayentes que por voluntad propia van al suicidio en pareja, querían que Mario confesara. No tenía opción y sabia que tampoco podia tomar ni dejar nada, por aquello del «lo tomas o lo dejas». Solo le quedaba esperar el resultado de las torturas.
-Más vale que hables y rápido nos digas en dónde está «El Tuercas», cabrón.
-No sé quien es «El Tuercas» se escuchó la respuesta de Mario, con voz apagada, como si estuviera medio dormido, «amodorrado». Parecía que acababa de despertar de un sueño profundo, natural o inducido.
Todavía no terminaba de responder y le acomodaron otro puñetazo en el estomago como bienvenida a su estado poco más consciente del nivel que manenía por los golpes. Sus «amigos» ocasionales estaban irritados.
-Te estás haciendo pendejo, pero de nada te va a servir. Habla. Si no nos dices donde está «El Tuercas» te suelto un cuetazo con la fusca güey.
Mario ya no luchaba porque esperaba el corolario funesto de esos interrogatorios que les aplican a sus enemigos los miembros de los grupos contrarios. Solo dijo tres palabras mal pronunciadas. Resignado a su final inesperado, exclamó con voz quebrantada por el dolor que le causaban los golpes recibidos del cuarteto y el miedo que le dio su imaginación, verse en el mundo oscuro de la muerte:
-No, pos truénele.
-Aunque te sientas muy macho vas a hablar y luego te vamos a tronar, cabrón.
-Está bien, respondió Mario, que estaba narcotizado por las endorfinas, esas sustancias pépticas proteínicas que elabora el cuerpo para aliviar un poco el dolor y dar sensación de bienestar en casos de enfermedad o por el suplicio causado por golpes. El cuerpo produce ese tipo de neurotransmisores y en determinados casos ayuda a resistir mientras llega la ayuda alópata, homeópata, naturista o de otra alternativa.
En respuesta recibió otra andanada de golpes en el estómago, en el pecho, en la espalda y en ambos brazos. Por cada impacto de los puños en su cuerpo, Mario soltaba un quejido comprimido porque apretaba las mandibulas y no dejaba salir bien la aflicción que le causaban.
No faltaba mucho tiempo para que llegara el ocaso. Aún había bastante luz. Era un día soleado, luminoso, como las cinco o seis de la tarde, y no se veía a nadie en la calle.
Cuando lo interrogaban, Mario volteaba a todos lados para ver si había movimiento. Esperaba señales de ayuda y parecía que aquél grupo de golpeadores tenía protección de las fuerzas de seguridad públicas.
Se decepcionó más cuando observó que en algunas casas había mirones detrás de las ventanas. Varias veces notó movimiento en las cortinas y persianas que por descuido o por indiscreción las movían los que no se animaban a ayudar, pero querían enterarse de los acontecimientos de aquél tormento.
Comprendió que la gente tenía miedo y nadie quería problemas ajenos porque las venganzas contra los que ayudan siempre son más agresivas. Creen que si se acercan a ayudar los identifican con familiares o amigos del torturado. Mario se convenció de que nadie iba a ayudarlo y ninguna corporación policíaca iba a llegar a darle auxilio.
Todo pasó en un instante, una tarde agradable de agosto y soleada hace 10 años, 2013, en una calle Mascareñas solitaria desde antes de que lo detuvieran sus capturadores momentáneos.
-Oye pendejo, dijo uno del grupo a otro de sus compañeros. La cagaste güey. Estamos madreando a este cabrón que no sabe nada ni conoce al pinche «Tuercas». Te equivocaste o te cayó gorila y pa' salir de la bronca nos trajiste con él. Con tantos madrazos ya habría dicho algo si fuera «El Pancho».
El interpelado no dijo nada. Tal vez se sintió descubierto. No volvió a hablar porque estaba seguro de que golpearon a alguien que no era el enlace consaguíneo de su objetivo.
-Déjenlo pronto y vámonos rápido antes de que haya movimiento. Viene un carro y es mejor que nadie nos vea ¡Áhi que desafanar en caliente éste lugar! grito el que parecia ser el líder del grupo.
Tiernos, sin despedirse, aventaron a Mario y corrieron hacia la camioneta que era conducida por otro del grupo que siempre permaneció en el volante para alejarse de inmediato.
Se fueron los cinco y Mario se quedó tirado mientras se recuperaba de los golpes. Tenía hematomas en los pómulos, en las mandibulas, en las cejas y en diferentes partes del cuerpo. Tenía los labios rotos y sangraba por naríz y boca. Lo dejaron como «Santo Cristo», dice la gente cuando ven a alguien con señales de golpes y sangre en la ropa,
Como pudo logró recargarse en la pared. Necesitaba ayuda y no la tuvo. Sentía sed y no había agua ni podía pedirle a nadie porque sabía bien que nadie le iba a dar el líquido rehidratador. No había ningún samaritano en todo ese desierto Mascareñas.
Mario cree que permaneció sentado más de una hora en ese lugar hasta que se levantó, y con la mitad de sus fuerzas y su conciencia comenzó a caminar a su casa, que estaba lejos de donde se encontraba. Tal vez estuvo más tiempo sentado en la banqueta. Quizás se tomó una buena siesta de tres o más horas porque llegó noche a su casa. No recuerda cómo llegó, pero llegó.
Vivió con pánico en los días posteriores a ese momento doloroso, y temía que en cualquier instante volvieran a detenerlo y darle el mismo tratamiento poco amistoso que recibió de aquellos desconocidos.
Dos meses después de ese episodio inesperado vio en los periódicos locales una fotografía de uno de sus golpeadores.
Fue encontrado en una bolsa en el lado poniente de la ciudad. Era el chismoso, el mentiroso que insistió tantas veces que él era «El Pancho»
-El pagó algo de lo que me hicieron, pero de los otros no volví a saber nada, comentó Mario.
Mario es ahora más reservado y socializa menos. Solo se dedica a trabajar y a su hogar, con su familia.
Aquella golpiza apagó parte de su vida y no le desea ese mal a nadie, pero asegura que sintió placer cuando se enteró de la muerte de su denunciante, mentiroso y chismoso.
-Dios sabe como les va a cobrar a los otros. Solo Dios, concluye el Mario que un día quisieron rebautizar como «El Pancho», que fue torturado y estuvo en el umbral de la muerte por confusión, o por señalamiento premeditado de un soplón. Recuerda toda la pesadilla vivida y no ha perdido el miedo.
-Es horrible estar en paz y que llegue el momento en que el miedo se convierte en resignación, pero es más espantoso por algo que no se entiende ni se sabe por que sucedió, expuso Mario.
De cualquier manera lo vivió, y haya sido como haya sido, Mario estuvo en peligro, pero aún no tenía cita con la muerte.
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