Por Alfonso BLANCO CARBAJAL
Ensimismados en su tertulia, esperaban hallar solución a los problemas del municipio de Durango un mediodía, y en un momento inesperado fueron interrumpidos por el ruido de un automóvil en el andador Constitución, ahí en las bancas de la plaza de Armas.
Si, los despertó el fragor de un automóvil virtual (como se dice ahora para lo que no se ve ni se toca, pero que se sabe existe, actúa o tiene vida cibernética), circulaba en una área convertida en andador y prohibida para los vehículos motorizados. El auto no era visible, pero la crepitación era real y la escucharon muchos.
Sorprendidos y espantados, dejaron la plática y al unísono voltearon en la misma dirección de donde provenía el chirrido de las llantas del auto que había frenado de repente en una área cerrada al tráfico vehicular. A uno de ellos se le cayó el cigarrillo y ni siquiera notó que ya no lo traía entre los dedos. Seguía con la mano encorvada hacia arriba, como si todavía trajera el tabaco encendido, listo para «fumar».
Todo transcurrió en cuatro o cinco segundos. Varios clientes esperaban su turno con los dos aseadores de calzado que están ubicados en frente del banco HSBC.
No había ningún vehículo motorizado de dos ni de cuatro llantas y el entorno lucía apacible. Además, en ese andador ya no estaba permitida la circulación de automotores desde que la arteria fue convertida en zona para caminar, en andador.
En el centro de la galería adoquinada una ancianita de unos 80 años había interrumpido su marcha hacia el banco. Estaba congelada por el miedo que la invadió al escuchar el ruido. Sus reflejos eran muy lentos, pero su oído percibía bien los sonidos. Se le cayó el bastón y ya no pudo caminar al percibir el crujido de los neumáticos del auto que iba con exceso de velocidad hacia ella. Así se lo imaginó, sin duda, porque estaba horrorizada. Se “paniqueo” todita. Con decirles que la demás gente que estaba cerca también escucho el estallido que provocan las llantas de un coche al ser frenado con violencia.
Una señora que salió del banco en ese momento la vio y se acercó a ayudarle. Antes de recoger el bastón, se detuvo para no ser «atropellada» por dos jovencitos que circulaban en una bicicleta. Uno iba montado en los manubrios y el otro pedaleaba con normalidad.
Ambos muchachos, de unos 16 y 17 años, imitaban con los sonidos emitidos con la garganta y la boca, el rechinido de las llantas cuando un automóvil es frenado de repente para detener su marcha. Iban en bici a velocidad normal, despacio, pero por el estrépito que hacían, parecía que iban «como alma que lleva el diablo», con «exceso de velocidad», en una área cerrada al tráfico vehicular.
El público presente en ese lugar atestiguó un accidente ficticio, casi real, aparente, pero con sonido auténtico porque el chillido de las llantas espantó a chicos y grandes, hombres y mujeres que se encontraban en esa área. Era fuerte el estruendo que los mozalbetes imitaron con la boca. El espectáculo del momento fue confuso, de interjecciones de sorpresa, comentarios diferentes y carcajadas inesperadas.
El incidente ocurrió rápido. El tiempo se detuvo por los detalles que vivieron los que estaban sentados en esas dos bancas y esperaban el turno para que los aseadores de calzado les lustrara los zapatos. Al escuchar el alboroto también esos servidores públicos interrumpieron su trabajo para observar.
Pronto, al comprender que se trataba de algo normal, aunque fuera un poco escandaloso por la sonoridad irregular, empezaron a reír y a hacer comentarios alusivos al percance y a valorarlo como un incidente cotidiano, sin importancia.
Los demás no dejaban de mover la cabeza de un lado a otro mientras celebraban, también con risas y comentarios:
-«Que gargantota tienen esos mocosos, dijo uno de ellos.
-Si yo hubiera estado en medio y hubiera escuchado ese ruido también me habría acalambrado», expresó otro.
-«Pobre abuela. Se quedó engarrotada». Ya no pudo caminar, expuso asombrado un cliente que esperaba su turno para el lustre de sus zapatos, pero ninguno se acercó a hablarle para tranquilizarla ni ayudarle. Sus miradas estaban concentradas en los jovenzuelos.
En ese mismo instante la señora que se acercó a auxiliar, recogió el bastón, se lo colocó en las manos a la ancianita y la ayudó a seguir su marcha al banco.
A los que sonreían y comentaban se les pasó rápido el asombro, pero tal vez la abuelita aún no se recupera del pinche susto. P’os como se va a recuperar si estuvo a punto de ser atropellada, pero no se podía hacer nada ante un percance imprevisto, de esa naturaleza, que además no ocurre con frecuencia. Estaba asustada y ya solo esperaba el impacto del vehículo invisible que iba hacia ella.
El frustrado fumador interrumpió su silencio con carcajadas, al mismo tiempo que se llevó a la boca, sin resultados, los dedos índice y medio, para darle una fumadita al tabaco imaginario que se le escapó de la mano y no se enteró en su momento. Todavía no se percataba que unos segundos antes se la había caído con el susto. Al notarlo, encogió los hombros y, con dos palabras describió el episodio vivido por varios ahí presentes. Aunque no lo admitió, él también vivió un instante de “pánico”. Sus palabras lo confirmaron cuando en lugar de «chupar» el cigarro se chupó los dedos indice y medio con los que sostenía el tabaco:
-«¡Muchachos cabrones!»
Aclaración: Las fotografías fueron tomadas del internet para ilustrar la publicación.
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